Recientemente, venimos trabajando el tema del cyberbullying. Cada vez hay más material al respecto, en un esfuerzo disperso, pero continuado, para dar respuesta a una demanda real de información y formación. Internet ha cubierto velozmente muchos ámbitos de nuestra vida cotidiana y, desgraciadamente, el acoso no se queda al margen.
El cyberbullying tiene todo lo malo del acoso, pero intensificado en la medida de lo que permite la naturaleza específica de lo online. A saber:
- Falta de límites espacio-temporales. El único límite espacio-temporal para la acción lo proporciona la existencia o no de conexión. El límite para los datos una vez están en la Red… casi no merece la pena ni señalarlo: el derecho al olvido es difícil de ejercer y en los casos de acoso, no aplica “a tiempo”.
- Capacidad de rápida viralidad. El simple azar puede hacer crecer una semilla en un tiempo récord (al estilo de las habas mágicas).
- Falta de control total sobre la información por parte de sus propietarios legítimos. ¿Quién puede asegurar hoy por hoy que un dato personal suyo no está disponible en la Red?
- Posibilidad de anonimato.
- Posibilidad de suplantación de identidad.
- Posibilidad de fingir datos de carácter personal (edad, sexo, lugar de residencia…).
Nos encontramos ante un problema socialmente serio. En abstracto, ya no hay quien lo minusvalore. Los casos conocidos, por lo sangrante de sus resultados, han recorrido los medios y están haciendo tomar conciencia a la sociedad de que estas cosas ocurren.
Pero ¿se mantiene esa toma de conciencia una vez aterrizamos en el mundo real, en el de la vida cotidiana, en el del uso de Internet?
Cuando aterrizamos al mundo real, al día a día lleno de cotidianidades, las personas actúan como acostumbran, siguiendo las rutinas que suelen seguir y encajando sus actividades en el tiempo del que disponen. Y en el fondo, ideas compartidas por todos: a mí no me va a pasar; a mis hijos no les va a pasar; jamás no se le ocurriría mandar una imagen así…; mi hijo se lleva bien con todos; mis hijos nunca han tenido problemas con nadie… En definitiva: esas cosas les pasan a otros.
Esta idea es tan poderosa, que deja el discurso sobre cyberbullying en un segundo plano de conciencia. Y en ese segundo plano, las acciones encaminadas a su prevención pasan directamente al olvido. Y entonces: ¿Para qué formarse en seguridad y privacidad de las comunicaciones? ¿Para qué preparar las máquinas con control parental? ¿Para qué saber qué hacen mis hijos en sus redes sociales? El problema no existe hasta que no me toque directamente.
A esta falta de conciencia práctica sobre la gravedad del asunto (sobre todo en su potencial), se une lo que hemos denominado en este breve artículo las constantes del cyberbullying: un conjunto de realidades sociales aparentemente inamovibles, que parecen no poderse poner en cuestión cuando se aborda el tema que nos ocupa. Y al ser incuestionables (o, mejor aún, incuestionadas), hacen peligrar el éxito de cualquier acción preventiva.
Veamos algunas de estas constantes y cómo pueden afectar a la lucha contra el cyberbullying:
- El problema del cyberbullying se exacerba con el acceso prematuro a Internet: la madurez no acompaña y el niño no concibe el terrorífico concepto de eternidad googleiana. → Constante: Se da por sentado que los niños tienen que estar en Internet. Primero, involuntariamente, muchos lo estarán en fotos publicadas por sus papás; luego, el salto será espontáneo hacia el ser protagonistas de sus propias publicaciones: en youtube, en una red social…
- El problema del cyberbullying se incrementa con el uso de las redes sociales. → Constante: las redes sociales son incuestionables. Los adultos las usan con pasión; los centros escolares las emplean a modo de difusión y animan a la participación a los miembros de su comunidad; toda la realidad física parece tener que reflejarse en las redes sociales, como si de una Second Life distribuida se tratase (facebook, twitter, instagram, youtube…).
- La prevención del cyberbullying exige un uso responsable de las TIC en materia de seguridad y privacidad. → Constante: el tema de la seguridad y privacidad es una asignatura pendiente para muchos progenitores, que son los encargados finalmente de inculcar estos conocimientos y buenas prácticas en el hogar. No olvidemos que los progenitores son unas personas que fueron niños, luego jóvenes y ahora adultos con hijos; si en el paso de un estadio a otro no aprendieron algo en materia de seguridad y privacidad, ¿qué experiencia van a transmitir a sus hijos? A modo de anécdota, unos padres me dijeron una vez que ellos no impedían a sus hijos publicar nada, porque sus hijos no tenían nada que ocultar, no habían hecho nada malo. Pensemos en todo lo que implica semejante reflexión.
- Los teléfonos móviles son un vector de cyberbullying ideal: la víctima puede ser acosada en cualquier sitio. → Constante: los niños necesitan un smartphone. Si bien el discurso todavía acompaña a la sensatez (“mi hijo tendrá móvil a partir de los 14 años…”), la calle describe otra realidad: bebés, niños en su primerísima infancia, con un móvil en la mano (eso sí, propiedad de sus progenitores). En un momento dado, la petición cae por su propio peso: “yo quiero mi propio móvil”. Y ya está. Hecho.
En resumidas cuentas, la gran constante es todo ese contexto de abuso y descuido en el uso de las TIC, derivado de que la mayor parte de la sociedad todavía no es madura en este terreno. Y se pasa por alto al tratar el cyberbullying, como si de dos realidades independientes se tratara. ¿Qué conciencia social puede haber del potencial dañino de las TIC en niños y adolescentes, cuando todavía “los mayores” se encuentran en plena adolescencia tecnológica, felices con cada nueva oportunidad de dar datos personales?
Si se quiere tener éxito en la lucha contra el cyberbullying, debemos prestar atención a algunos hábitos rápidamente adquiridos por la sociedad; debemos hacer un esfuerzo real de extrañamiento respecto a usos que, de la mañana a la noche, han adquirido naturaleza de costumbre, como si llevaran toda la vida con nosotros. Ese extrañamiento será imprescindible de cara a que las familias y los centros educativos encajen con naturalidad la formación en un uso responsable y seguro de las TIC, que las convierta en las maravillosas herramientas que pueden llegar a ser.