Recientemente tuve la oportunidad de ver a una nativa digital volando en un navegador. Concretamente, pasaba a tal velocidad de una pestaña a otra que era difícil seguirle el ritmo. No lo hacía por presunción. Simplemente, era su forma de gestionar asuntos en Internet: mientras creaba una cuenta en twitter, verificaba un dato en el correo electrónico, recuperaba una contraseña en otro servicio y comprobaba el buen estado de su sociabilidad online.
Todo esto estaría muy bien si esta joven no tuviera a sus espaldas a una madre intentando seguirle los pasos para entender algo. Y así era en este caso: la madre de la criatura se encuentra con una dificultad, llama a la hija (que es la que se maneja bien en estos asuntos) y la hija resuelve el tinglao. ¿Problema? Ninguno, si la hija está siempre ahí, per secula seculorum, para resolver cada dificultad a la que se enfrente su madre. Pero ¿esto será así? ¿No llegará el día en que la joven abandone el nido?
En previsión de que llegue el día de la independencia (en un mundo sin crisis, sería lo natural), lo lógico sería que la madre adquiriese los conocimientos que le permitieran ser autónoma en la gestión de sus asuntos online (gestión de sus propias cuentas en redes, de su correo electrónico, de su web, etc.). ¿Y cómo podría adquirirlos?
That’s the point.
Durante dos años llevamos a cabo un interesante experimento desde Online and Offline: se trató de realizar un voluntariado tecnológico intergeneracional. Se formó un grupo de personas mayores completamente ajenas a Internet y que sentían la necesidad urgente de volverse a enganchar a la sociedad, de la que se sentían cada día más lejanos. Y, por otro lado, se constituyó un grupo de voluntarios entre alumnos de la ESO de un colegio que ofreció sus aulas para el proyecto. ¿Y qué pasó?
Pues que entendimos, por la vía de la experimentación, la diferencia entre nativo digital y experto en nuevas tecnologías, una confusión muy extendida y que tiende a usarse y explotarse con los fines más diversos. Para muestra, un botón: palabras halagadoras de Facebook, ante la nueva relajación de normas de privacidad para adolescentes:
“el usuario joven es nativo digital y, por ello, tiene un conocimiento mucho más sofisticado de la red, sus posibilidades y sus riesgos. Los jóvenes no solo no estarían en riesgo sino que, de hecho, tienen todo el derecho a reclamar el pleno uso de la red.”
Los adolescentes que, con la mejor disposición del mundo, asumieron voluntariamente la alfabetización digital de los adultos se encontraron con que no sabían ponerle nombre a las cosas a la hora de explicarlas (confusiones entre ratón, cursor y puntero; y entre Internet, navegador y buscador), que no sabían cómo explicar aquello que ellos manejaban “desde siempre” sin haberse preguntado nunca cómo y por qué funcionaba. Tomaron conciencia (creo) de que para ellos buena parte del mundo digital era mágico (¿sistema operativo? ¿Software? ¿Qué importan los conceptos cuando se se saben utilizar las cosas?). Y cuando se trata de explicar algo y de transmitir conocimiento a personas que no han nacido en la era Internet, la magia no cabe.Y menos como explicación.
Así que allí estuvimos nosotros, explicando. Y explicábamos de una forma muy especial: adaptándonos al ritmo de las personas y procurando un tránsito natural y cómodo a un universo realmente nuevo y fascinante. Nada de “esto se hace así y asá porque sí; memorice los pasos”, sino con lógica y comprensión profunda de cada paso dado. ¡Y qué placer cuando uno comprueba que las cosas tienen sentido! La comprensión derriba las barreras.
Y el resultado fue muy bueno: personas que se sentían perdidas en esta época de grandes cambios, disfrutando con la posibilidad de navegar, gestionar asuntos online y comunicarse con sus hijos, amigos y familiares a través de Internet; y jóvenes que creían dominar el cotarro, entendiendo que tenían importantes carencias (todo un reto para el que quiso asumirlo… Tal fue el caso de un chaval majísimo que se convirtió en el alma de la actividad de voluntariado).
Y llegamos así a la anécdota que da origen al post: ¿está la “adolescente voladora” preparada para enseñar a su madre y hacerla autónoma en el uso de las nuevas tecnologías? A priori, creo que no. Y no, porque, mientras alguien no le haga ver el salto cultural que hay de la época de su madre a la suya, no va a ser consciente de él y no va a poder adaptar sus formas y lenguaje al de su madre. Y no, también, porque quizá le pase como a nuestros amigos voluntarios de la ESO: que no tenga conocimientos solventes para explicar, con lógica, los conceptos que su madre necesita para manejarse con seguridad en Internet.
La labor de empoderamiento digital (hacer que las personas sean autónomas y autosuficientes en el uso de las nuevas tecnologías y que puedan aprovecharlas para su propio desarrollo personal y profesional) es una tarea delicada, que exige conocimientos muy solventes y madurez para adaptarse al ritmo que requieran las personas que deseen o necesiten dar el salto.
Vamos, que para empoderar hay que saber y, cómo no, dejar las alas en el armario.