Empezamos el día encendiendo un ordenador. Nos conectamos a la nube y redactamos un documento que compartimos con unos compañeros. Enviamos, recibimos y respondemos unos cuantos correos electrónicos. Diseñamos un proyecto en forma de mapa mental, y lo hacemos colaborativamente, entre varios usuarios online. Twitteamos una noticia relevante y posteamos en un blog. Transcribimos la entrevista que hicimos ayer usando software de reconocimiento de voz. Editamos un vídeo etnográfico con un programa de edición. Volcamos fotografías realizadas en campo en un servidor y construimos nuestro cuaderno de campo online. Iniciamos nuestro software para analizar datos y nos ponemos a la tarea. Termina el día y… ¿qué habríamos hecho sin un ordenador bien equipado y conectado a Internet?
Los tiempos han cambiado y ya no hay forma de dar la espalda a la realidad online. Lo que todavía aparece en algunos currículos como dato complementario, rellenado de cualquier manera, es hoy un campo muy importante dentro de las competencias que debe tener un investigador. Y no se trata de conocer un programa u otro, sino de entender que hay soluciones de todo tipo para resolver cualquier tipo de necesidad y estar preparado para descubrirlas, valorarlas, implementarlas y descartarlas llegado el caso. Ser solvente en conocimientos informáticos abarca ya mucho más que el dominio de un determinado programa (que, si resulta imprescindible, se exigirá como competencia básica y no complementaria). Ser solvente es estar al día, estar al tanto de las tendencias y entenderlas en su contexto y oportunidad. Es ser flexible y adaptarse a lo que se nos ponga delante, con independencia del sistema operativo o del dispositivo con el que vayamos a trabajar. Ayer era local. Hoy es la nube. Y yo en la gloria 🙂
La actitud frente a la máquina ya no puede ser negativa o menospreciativa, sino positiva y llena de complicidad. La máquina e Internet son nuestros aliados, nuestros compañeros fieles. Nos sirven a nuestros propósitos y nos hacen ganar un tiempo maravilloso para dedicarlo a las labores que sólo las personas podemos hacer: acercarnos, comprender, interpretar, hablar, empatizar. Se acabó el tiempo de llamar frikis a los interesados por las herramientas informáticas, los que vieron hace años el futuro en forma de ceros y unos. Se acabaron las miradas por encima del hombro de quienes todavía se atreven a distinguir entre pensamiento y técnica. Es el momento de entender que el que no se ponga las pilas no va a estar capacitado para analizar una sociedad netamente marcada por la tecnología y no va a poder trabajar al ritmo que le exige (y permite) la actualidad.