Capitanes y otros intrépidos

Esta tarde hemos visto en casa la película Capitanes intrépidos, de Víctor Fleming. Está basada en una novela de Rudyard Kipling, que no he leído pero que debe de merecer la pena, sin duda. La película es muy recomendable para cualquier persona que ame el buen cine, los temas educativos y la etnografía. La evolución, tan necesaria, del protagonista se desarrolla en el mar, entre pescadores. Y el film (como, supongo, la novela) se recrea en la descripción de la vida en el mar, en el oficio de los pescadores, en los usos, en las costumbres, en los avatares de una profesión tan única como ligada a la incertidumbre.

Viendo a esos hombres cortando el pescado, llegando a los grandes bancos de bacalao antes que la competencia, recogiendo el correo de los demás barcos cuando han llenado las bodegas, no he podido por menos que pensar en lo que significa la etnografía.

Si quisiéramos hacer una investigación etnográfica del oficio de pescador (ya hay valiosísimos precedentes, como el estudio sobre los pescadores de Cudillero, de Juan Oliver Sánchez Fernández), tendríamos que conocer la profesión de primera mano, tendríamos que estar en el barco, ver el proceso de pesca, hacer observación participante con los pescadores. Sin ese contexto, el discurso de nuestros informantes sobre la pesca no sería suficiente. El contexto es fundamental.

Y contexto fue, precisamente, lo que faltaba en una entrevista que me hicieron el viernes en El Matadero. Me entrevistó un artista contemporáneo que realiza proyectos con fundamento social. En este caso, el tema nuclear era la prostitución. ¿Y en qué sentido podía interesarle mi opinión? Por la investigación que desarrollamos entre 2004 y 2005 sobre Cuartos Mundos en Madrid: personas sin hogar y prostitución callejera. Pero no nos desviemos…

El tema es que cuando llegué al lugar de la entrevista, me encontré en un pequeño estudio. Al fondo, unos listones de madera recubiertos de una tela negra que se extendía hacia delante por el suelo. Sobre la tela negra del suelo, una silla. Y delante, la cámara, una silla de director y los focos.

Contexto artificial

Sin duda, el artista en cuestión es un profesional como la copa de un pino y sabe lo que se hace. En esa semana, ya había realizado otras 24 entrevistas y aún le quedaban compromisos para el largo fin de semana. Las entrevistas mantendrían un formato parecido, que le facilitarían el montaje posterior. No le interesaba quién dijera qué, sino la pluralidad de voces; todas en igualdad; todas valiosas por el solo hecho de ser una opinión sobre un tema. Su objetivo: dar una visión global, amplia y diversa sobre un tema comprometido.

Un desarrollo profesional, un material valioso, un objetivo loable… pero nada de etnografía.

¿Y por qué señalo esta aparente obviedad? Porque, si bien reconozco etnografía en Capitanes intrépidos, no puedo reconocerla de ninguna manera en un conjunto de entrevistas realizadas en un entorno completamente artificial. Y hubo un pequeño debate al respecto… Mi entrevistador consideraba que su labor era también etnográfica, dado que buscaba pluralidad de voces, voces vinculadas de una manera u otra a su objeto de interés; voces, en ocasiones, protagonistas. Yo le hablé de la necesidad del contexto y de la búsqueda de informantes en su espacio natural; del valor de la observación participante en el espacio en que se desarrolla la acción. Y él me habló de la saturación de información que ofrecía el contexto. Eliminar el contexto hacía más puro el discurso.

De la experiencia saqué una conclusión: la etnografía en España necesita ser divulgada adecuadamente. No se entiende todavía o se desconoce hasta tal punto que puede llegar a confundirse con un montón de entrevistas desarrolladas sobre fondo negro delante de dos focos.

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