Boicot a los productos catalanes: la importancia de los comentarios

Llevo un tiempo siguiendo las noticias sobre el boicot a los productos catalanes. Es un tema realmente espinoso, una especie de tiramisú de basura sobre el que unos se dedican a deformar lo que dicen los otros hasta la náusea. Sea como fuere, lo que más me ha interesado no es lo que se dice, sino quién lo dice y cómo.

Noticia comentada


Hasta hace relativamente pocos años, la comunicación mediática era unidireccional y top-down. Los ciudadanos habíamos sido entrenados en demandar información, y los medios de comunicación respondían a esta demanda… guiados por sus patrocinadores: publirreportajes, contenido patrocinado, la publicidad encubierta y astroturfing. La línea editorial de cada medio y las monedas de cambio informacionales completan las fuentes principales del tono de la noticia que es publicable. Sea como fuere, antes de internet, el lector pasivo sólo tenía una salida: Contemplar, leer u oír las noticias, y callar. O soltar sus soflamas en el vendaval de la barra de un bar o de una mesa de café, las más de las veces totalmente condicionadas por lo que le habían alimentado desde sus medios durante años.

Este sencillo esquema ha funcionado hasta hace muy poco tiempo. La opinión pública se conformaba cada vez más por el bombardeo mediático por saturación que le habían enseñado a demandar al menos diariamente. Y no nos engañemos, sigue funcionando. Conocemos y recordamos aquello que los medios nos animan a conocer y recordar, y nuestras conversaciones parecen a veces dirigidas por ellos.

Sea como fuere, desde que la mayoría de la población consume su información en medios digitales, el panorama ha cambiado sustancialmente. Tenemos las mismas noticias de los medios, guiadas por los mismos intereses, pero su naturaleza ha cambiado esencialmente: al final de las mismas, la mayoría de los medios tradicionales y la totalidad de los nuevos medios digitales permiten los comentarios de los lectores dentro de ciertas normas de conducta.

Para los medios, el negocio es aparentemente redondo: sus patrocinadores les pagan como antes, y encima los comentarios animan a los lectores a entrar a las noticias (más cuantos más comentarios produzca) y a volver una y otra vez si realmente les interesan la noticia o sus comentarios. Cada nuevo visionado es una exposición a los anuncios y un clic potencial adicional en los mismos.

Los comentarios son demandados por un perfil mayoritario de lectores por una simple razón: al contrario que los contenidos “oficiales” o primarios, creados por un profesional y guiados por intereses de terceros, los comentarios son (teóricamente) creados por usuarios como ellos, de manera (teóricamente) gratuita y, sobre todo, objetivamente plural. Con los comentarios, los usuarios consumen más puntos de vista y, posiblemente, encuentren más refrendo a sus posturas debido al sesgo de confirmación.

El problema reside en que, más allá de la simple gestión de las barbaridades (borrar mensajes amenazantes, insultantes, etc.), la gestión de estos comentarios no es sencilla en absoluto. Si se censuran de forma demasiado activa o descarada, se corre el riesgo de espantar no sólo al comentarista, sino a los lectores que no comentan pero que demandan los comentarios. Por lo tanto, hay un margen inevitable de “dejar hacer” a los comentaristas desde el medio.

Esto no es perjudicial en absoluto para los medios cuando la noticia encaja suficientemente bien en las expectativas y valores de su perfil de lector. Hay que pagar el precio de que una minoría de comentaristas encuentran una poderosa motivación en ir a comentar a periódicos de signo contrario para provocar polémica, pero hasta ahora parece asumible.

El problema se da cuando ocurre una disonancia entre ese perfil y la noticia o su tono. Por ejemplo, en los dos últimos meses, hemos podido encontrar un gran número de noticias sobre el boicot a los productos catalanes. Lógicamente, esos contenidos han encontrado patrocinio de los agentes que quieren disminuir dicha conducta perjudicial. Sin embargo, ninguna de las narrativas ha sido eficaz para evitar que un número abrumador de comentaristas aprovechara cada noticia para exponer la posición contraria, el apoyo al boicot. El mensaje central de los pro-boicot es simple y funcional: “si tanto habláis de esto, es porque hace daño. Vamos por el buen camino”.

Hasta hace relativamente poco, con una campaña de prensa adecuada se podía controlar un problema de opinión pública. Y, en líneas generales, sobre temas quizá no muy sensibles para una determinada población, creo que sigue siendo posible. El problema está en que si hay un número suficiente de comentaristas motivados, esto no sólo deja de ser posible sino que, al contrario, produce un efecto contrario al pretendido.

Las noticias que se redactan en contra de un sentir importante generan un efecto Streissand realimentado. Como el mecanismo de campaña mediática está muy bien engrasado y preparado, el resultado para casos como el del boicot al de los productos catalanes es que se siguen publicando contenidos en contra de dicho boicot, con total independencia de lo que demuestran los comentarios. Esto genera cada vez más participación, más comentarios y más madurados y afinados, captando la atención de otros lectores que hasta un momento dado no se habían tomado esta cuestión en serio.

Es evidente que este camino es un boomerang perfecto que sólo incrementa el daño ya existente. El control de daños, o incluso el aprovechamiento de beneficios inesperados, exige una aproximación radicalmente distinta a la de ignorar a TU comentarista o, peor, llamarle imbécil o algo peor.

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